miércoles, 8 de abril de 2009

Eros y Psique


Día: Viernes, Fecha: 03/04/09

CUPIDO Y PSIQUE (VII) –. Psique toma una decisión.

Las nubes han cubierto el sol y ennegrecido el cielo. Se ha desvanecido toda la alegría. Las palabras de sus hermanas retumban una y otra vez en el corazón de Psique: ¡su marido es una gran serpiente, nudosa y repugnante, que espera pacientemente a que su hijo esté a punto de nacer, para devorar a ambos de un solo bocado! Todos sus miembros se estremecen y le castañetean los dientes. Se incorpora con esfuerzo sobre la hierba del prado, colocándose de rodillas.

- Oh madre Venus – ruega con el mayor fervor – pido tu amparo. Y tú, poderosa Hera, protectora de los matrimonios, ayúdame. Tened piedad de mí. He aceptado un matrimonio monstruoso, el alejamiento de mis padres, la soledad más espantosa. Todo lo he asumido de buen grado, obediente a los mandatos divinos. La situación es distinta ahora que llevo un vástago en mi vientre. Ayudadme a tomar la decisión que me permita salvarlo.

Psique se levanta del suelo y se enjuga las lágrimas antes de retornar a su mansión. Cruza el umbral, mira con aprensión los suelos de mármol y las paredes de oro. ¿Por qué tanto engaño? ¿Esta riqueza pretende distraer sus sentidos y alejar su mente del horror que significa ser la esposa de un monstruo? Los manjares deliciosos que le sirven, ¿están destinados a hacer su carne más sabrosa y apetecible al paladar de la serpiente? Sólo la rodean voces, espíritus que no podrían ayudarla si pidiera auxilio.

Se retira a su cuarto y aun crece mas el horror, aqui esta el lecho que comparte con el monstruo. Se arroja sobre él y llora. Es tan dulce su esposo, tan atento a su bienestar y su placer… Siempre se acerca a ella con deseo y delicadas caricias. Ella, en cambio, procura limitar las suyas. Una noche, al acariciarle la espalda, su mano tropezó con un bulto cubierto de plumas. O al menos, eso le pareció, porque retiró la mano enseguida. La suavidad de ese bulto no le impidió sentir espanto y en las noches sucesivas hizo un esfuerzo por olvidarlo. Desde entonces, se prohibió a sí misma explorar el cuerpo del esposo. Ahora, sin embargo, aquel descubrimiento adquiere una dimensión trágica.

Las ropas del lecho parecen conservar la tibieza del cuerpo del ausente, la huella en el lugar exacto en el que cada noche se tiende. No tiene una forma extraña. Quizá se enrolla en cien anillos para dormir. Sí, es un monstruo. Con razón no quiere que lo vea. Por eso le ha prohibido que averigüe quién es y ha tratado de indisponerla contra sus hermanas. ¿No le ha advertido que ellas le traerían la desgracia? Sin duda sería una contrariedad para él perder la oportunidad de devorar a su esposa. El ser que comparte sus noches es dulce y tierno, pero es un monstruo. Dice que la ama, mas no por ello deja de ser un engendro.

- ¡Oh monstruo horroroso, esposo dulce, amoroso espanto, misterio sin nombre! – gime Psique, ocupando el lado de su marido, tratando de oler su perfume y percibir su calor.

El día transcurre hora tras hora y la joven comprende que ha de tomar una resolución, pues se sabe incapaz de disimular su zozobra durante mucho tiempo. Su corazón está torturado por las dudas y por la repugnancia cuando al fin se decide: hará lo que le han aconsejado sus hermanas.

Se pone en pie, se seca las lágrimas y corre a buscar lo que necesita: una lámpara rebosante de aceite y una navaja muy afilada, cuyo siniestro destello la hace estremecer. Esconde la navaja en su lado del lecho, oculta entre las ropas y, antes de que anochezca, tiene buen cuidado de encender la lámpara y dejarla oculta de modo que no asome ni una pizca de luz. Así, con el corazón desgarrado por el crimen que va a cometer, recibe al marido.

Querida mía – le dice él después de colmarla de besos – me entristece encontrarte tan abatida. ¿Ha ocurrido algo que te desagrade? Lo que sea, dímelo, que yo haré lo posible para aliviarte.

- Sólo estoy un poco cansada, esposo – le responde ella – El embarazo me está molestando. Mañana me encontraré mejor.

- En tal caso, ven, duérmete en mis brazos.

Loca de miedo, Psique espera a que se duerma el monstruo. Cuando ha escuchado durante mucho rato su respiración honda y pausada, piensa que ha llegado el momento de la acción. Se deshace de su abrazo con mucho cuidado y, temblando, saca la navaja y la aferra con su mano derecha. Así armada, se levanta, busca a tientas el celemín y extrae de debajo la lámpara encendida. Sin atreverse casi a respirar, conteniendo el aliento, se acerca lentamente al lecho y lo alumbra. Debe ver bien, para asestar el golpe de muerte sin errores.

¡Si en ese instante le hubieran clavado un puñal en el corazón, no hubiera salido sangre de sus venas, sino hielo! Tendida sobre su lecho estaba la criatura más hermosa que hubiera visto nunca. Un joven de estilizada figura y piel delicada, con los rizos del cabello dorados como el sol y con su mismo brillo. Apoyaba el rostro sobre uno de sus brazos y ofrecía a la vista sus mejillas sonrosadas y los labios dulces. De su espalda nacían dos alas recubiertas de plumas finas y livianas, y el plumón que asomaba bajo ellas temblaba y se agitaba con diminutos movimientos al compás de su respiración.
Extasiada, Psique contempla a su esposo: ¡éste era su monstruo, el dios Cupido! Con razón todos le temen, pues con sus flechas hiere de amor aquí y allá, sin atender edades ni razones, y se complace en encender deseos.

Psique olvida su intención de matar. Y, para su desdicha, olvida también que le estaba prohibido mirar a su marido.


"QUE TU DÍA MAS BELLO SEA EL HOY DE CADA MAÑANA"

JhuX-JhuX

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